Crisis Climática: Las Nuevas Medidas de la ONU
La crisis climática ha dejado de ser una preocupación futura para convertirse en el eje de la política internacional actual. En este contexto, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha impulsado un conjunto de medidas y marcos que buscan acelerar la reducción de emisiones, reforzar la adaptación y reorientar la financiación mundial. Estas iniciativas persiguen que los compromisos de los países se traduzcan en planes creíbles y en resultados medibles antes de 2030, el umbral que determinará si aún es posible mantener el calentamiento por debajo de 1,5 °C.
Qué hay de nuevo en la agenda climática de la ONU
En los últimos años, la ONU ha consolidado una hoja de ruta que combina ambición y ejecución. El Balance Mundial del Acuerdo de París (Global Stocktake) ofreció un diagnóstico claro: el mundo no va por buen camino, pero aún hay margen para rectificar si se acelera la acción en esta década. A partir de ese análisis, se promueve un paquete de medidas que incluye triplicar la capacidad global de energías renovables y duplicar la tasa de mejora de la eficiencia energética para 2030, dos metas que actúan como palancas inmediatas de descarbonización.
Otra piedra angular es la operacionalización del mecanismo de “pérdidas y daños”, diseñado para apoyar a los países más vulnerables ante impactos irreversibles, así como la ampliación de sistemas de alerta temprana para todos, con el fin de reducir el costo humano y económico de los desastres. En paralelo, se refuerza el enfoque en metano y otros gases de vida corta, cuya reducción rápida puede ofrecer beneficios climáticos inmediatos.
Compromisos nacionales: de las promesas a las políticas
La ONU ha llamado a que los países presenten en el próximo ciclo sus NDC “3.0”, es decir, nuevas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional más concretas, coherentes con trayectorias de 1,5 °C y respaldadas por planes de implementación sectorial. Esto implica metas de electrificación del transporte, despliegue masivo de renovables, eliminación gradual del carbón sin mitigación y una vía clara para la reducción del gas y el petróleo, junto con objetivos firmes de eficiencia en industria y edificación.
Varios grandes emisores han declarado objetivos de neutralidad de carbono para mediados de siglo, y economías emergentes han situado hitos en horizontes posteriores. La ONU insiste en que estos compromisos a largo plazo deben traducirse en objetivos intermedios al 2030, prohibiciones y estándares concretos (por ejemplo, eficiencia vehicular y códigos de construcción), así como en la eliminación de subsidios ineficientes a combustibles fósiles. La clave es la coherencia: cada promesa necesita un presupuesto, una regulación y un cronograma.
Financiación: el corazón de la implementación
La arquitectura financiera internacional se encuentra en revisión para movilizar inversiones a la escala necesaria. La ONU impulsa un nuevo objetivo cuantificado colectivo de financiación climática posterior a 2025 que supere el umbral de los 100.000 millones de dólares anuales y, sobre todo, que facilite acceso efectivo a los países en desarrollo. Esto se complementa con llamados a reformar bancos multilaterales de desarrollo, ampliar garantías y reducir el costo del capital para energías limpias, adaptación y resiliencia.
Además, gana tracción una combinación de instrumentos: canjes de deuda por clima y naturaleza, mercados de carbono con integridad ambiental y social, y financiamiento concesional para adaptación, históricamente subfinanciada. El mecanismo de pérdidas y daños, junto con fondos específicos para transición justa, busca preservar estabilidad macroeconómica y social durante el cambio estructural.
Reglas, transparencia e integridad
Para que la ambición se convierta en resultados, la ONU refuerza los marcos de transparencia: los informes bienales de transparencia del Acuerdo de París instauran una contabilidad más clara de emisiones, flujos financieros y progreso de políticas. También avanza la definición de reglas para la cooperación bajo el Artículo 6, con la meta de que los intercambios de créditos de carbono eviten la doble contabilidad, eleven la integridad y generen beneficios para el desarrollo sostenible.
En paralelo, se promueven estándares rigurosos para las promesas de “cero neto” de empresas y actores no estatales, desalentando el greenwashing. La señal es inequívoca: los planes creíbles priorizan reducciones reales de emisiones en la cadena de valor, complementadas de forma limitada por compensaciones de alta integridad.
Desafíos que ponen a prueba la ambición
El principal reto es la brecha de ambición al 2030: las trayectorias actuales no alcanzan el descenso de emisiones necesario. Persisten cuellos de botella en permisos, redes eléctricas y cadenas de suministro; además, la volatilidad geopolítica puede encarecer tecnologías críticas o retrasar inversiones. A esto se suma la necesidad de una transición justa que proteja empleo, ingresos y comunidades dependientes de actividades intensivas en carbono, evitando que el costo recaiga sobre los más vulnerables.
En adaptación, el desafío es doble: ampliar la financiación y mejorar la calidad de los proyectos, con métricas que capturen resiliencia y beneficios sociales. La planificación basada en riesgos climáticos —desde infraestructura resistente al calor y las inundaciones hasta agricultura climáticamente inteligente— debe integrarse en presupuestos nacionales y locales. Sin gobernanza y capacidades técnicas, las medidas quedan en papel.
Oportunidades para gobiernos locales y sector privado
La nueva ola de medidas ofrece rutas claras de acción. Ciudades y regiones pueden adoptar estándares de eficiencia, electrificación del transporte público y compras verdes que creen demanda para tecnologías limpias. Las empresas, por su parte, pueden alinear sus metas con trayectorias de 1,5 °C, usar contratos de energía renovable, descarbonizar logística e industria con hidrógeno de bajas emisiones donde sea viable, y divulgar avances con métricas comparables.
La cooperación internacional es el hilo conductor: transferencia tecnológica, formación de talento, interoperabilidad de estándares y financiamiento catalítico pueden acelerar la curva de aprendizaje y abaratar costos. Si los países presentan NDC fortalecidas, con políticas inmediatas y financiamiento a la altura, la década actual aún puede redefinir la trayectoria climática global. La ONU, al articular objetivos comunes y mecanismos de integridad, no resuelve por sí sola la crisis, pero ofrece el andamiaje para que gobiernos, empresas y sociedad civil conviertan la urgencia en acción sostenida y verificable.

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