La crisis humanitaria en Afganistán: un desafío internacional
Afganistán vive una crisis humanitaria prolongada que, lejos de atenuarse, se ha vuelto más compleja desde la retirada de las tropas occidentales. El colapso económico, las restricciones sociales y los desastres naturales han convergido para crear un escenario en el que millones dependen de la ayuda para sobrevivir. En un país marcado por décadas de conflicto, la pregunta ya no es solo cómo aliviar la urgencia, sino cómo sostener la dignidad y la resiliencia de la población sin normalizar la emergencia permanente.
Panorama tras la retirada
La salida de las fuerzas internacionales aceleró una transición abrupta en la que cambiaron las estructuras de poder, se interrumpieron flujos financieros y se paralizó la administración pública en numerosos sectores. La congelación de reservas en el exterior, la caída de la inversión y la salida de profesionales cualificados provocaron contracciones profundas en el empleo y el crédito. Los bancos operan con restricciones, los salarios públicos se pagan de forma irregular y el comercio se ha vuelto más informal. En este contexto, los hogares enfrentan precios volátiles de alimentos y combustible, mientras sequías recurrentes y terremotos recientes dañan cultivos e infraestructura, reduciendo aún más las oportunidades de ingreso.
La emergencia humanitaria
De acuerdo con agencias de la ONU y organizaciones humanitarias, más de la mitad de la población necesita algún tipo de asistencia. La inseguridad alimentaria se intensifica en invierno y en zonas rurales aisladas; en las ciudades, las familias recurren a deudas, venden bienes esenciales o reducen el número de comidas diarias. La reducción de servicios básicos, el cierre o deterioro de clínicas y escuelas y el alto costo del transporte amplifican la vulnerabilidad. Los desastres climáticos, cada vez más frecuentes, desplazan a comunidades enteras, extendiendo la emergencia a provincias que antes eran relativamente estables.
Hambre y salud pública
La desnutrición infantil y materna sigue siendo alarmante, alimentada por dietas con pocas proteínas y micronutrientes, agua no segura y limitado acceso a atención primaria. Equipos de vacunación y partería comunitaria operan en condiciones difíciles, tratando de mantener campañas esenciales frente a cortes de suministro y carreteras dañadas. El aumento de enfermedades respiratorias en invierno, junto con brotes prevenibles por vacunas, revela las grietas de un sistema sanitario presionado por la falta de personal, fármacos y financiación estable. La agricultura, afectada por sequías y precios del grano importado, requiere semillas resilientes, riego eficiente y apoyo técnico para evitar nuevas pérdidas de cosecha.
Derechos y acceso de mujeres y niñas
Las restricciones a la educación secundaria y superior para niñas, y las limitaciones al trabajo de mujeres en sectores clave, han tenido efectos directos en la prestación de servicios y en la eficacia de la ayuda. Sin personal femenino, muchas familias no acceden a clínicas o programas nutricionales por normas culturales. Las organizaciones negocian exenciones y marcos de acceso que permitan a trabajadoras locales desempeñar funciones críticas, incluida la evaluación de necesidades, la protección y la educación comunitaria. El respeto a los principios humanitarios de neutralidad e independencia exige diálogo sostenido, claridad de roles y mecanismos de rendición de cuentas que protejan tanto a las beneficiarias como a los equipos locales.
Respuestas de la comunidad internacional
La comunidad internacional ha procurado un equilibrio entre sostener la vida y evitar el apuntalamiento de políticas restrictivas. Apelando a excepciones humanitarias, agencias y ONG han mantenido operaciones mediante transferencias controladas, pagos a proveedores locales y apoyo en especie. No obstante, la inseguridad, la burocracia y el temor de sanciones secundarias dificultan la contratación, los pagos bancarios y la importación de suministros. A la vez, se exploran redes regionales para facilitar corredores comerciales, energía y ayuda invernal, con un papel creciente de socios vecinos en logística y acogida de retornados.
El dilema entre sanciones y alivio
Las sanciones y la congelación de activos buscan presionar cambios políticos, pero su aplicación amplia puede ahogar la economía y obstaculizar programas esenciales. Por ello, se han ampliado licencias y “carve-outs” humanitarios, además de mecanismos de riesgo reducido para bancos que procesan pagos de ayuda. El reto está en pasar del socorro cíclico a soluciones que fortalezcan medios de vida: apoyo a agricultura climáticamente inteligente, pequeñas empresas, formación técnica y rehabilitación de infraestructura básica. Sin bascular hacia el reconocimiento político, se necesita una vía de compromiso condicional y verificable que mantenga abiertas las líneas de suministro, proteja a las trabajadoras y permita evaluar impactos reales en comunidades, no solo en indicadores macroeconómicos.
Vecinos, sociedad civil y vías pragmáticas
Los países limítrofes absorben flujos de migración y retorno, lo que exige cooperación transfronteriza en salud, agua y comercio. La diáspora afgana sostiene hogares con remesas y conocimiento técnico, y las redes comunitarias lideradas por mujeres han demostrado ser cruciales para identificar necesidades y asegurar acceso. Impulsar soluciones locales —como clínicas móviles, escuelas comunitarias y cadenas de frío descentralizadas— ofrece resultados tangibles con menor riesgo político. Invertir en preparación ante desastres, sistemas de alerta temprana y mantenimiento de carreteras rurales puede salvar vidas antes de que lleguen los convoyes de ayuda.
Afganistán no es solo un mapa de necesidades, sino una sociedad llena de capacidades que persisten pese a la adversidad. Reconocer esa agencia implica escuchar a quienes están sobre el terreno, blindar el espacio humanitario y apostar por inversiones que reduzcan dependencias. La responsabilidad es compartida: actores locales, vecinos y donantes deben coordinarse con pragmatismo y respeto, manteniendo el foco en la dignidad humana. Si el mundo desea evitar otra década de emergencia crónica, el compromiso deberá ser paciente, transparente y centrado en las personas, para que la ayuda de hoy siente las bases de una estabilidad que pueda sostenerse mañana.

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